En una Tierra mágica, sin nombre ni fronteras, un anciano se sienta en silencio frente a su vieja máquina de escribir. Coloca con cuidado una hoja en blanco y, con dedos sabios y corazón sereno, comienza a escribir.
Al terminar, no guarda la página ni la encuaderna: la planta en la tierra como si fuese una semilla. La riega con esperanza… y espera.
Pronto, ante sus ojos, brotan mil cuentos como flores encantadas: historias pobladas de criaturas fantásticas que asombran, conmueven y deleitan a quien se atreva a leerlas.