Hace mucho, muchísimo tiempo, en una cabaña diminuta perdida en el borde del bosque —allí donde los árboles susurran secretos al viento— vivían un niño y una niña llamados Arlo e Isaura. Compartían sus días entre juegos, cuentos y silencios compartidos, en compañía de un pequeño ser que colmaba su mundo de ternura: un erizo, curioso y manso, al que cuidaban con devoción.
Pero una mañana gris, el erizo enfermó. Su cuerpecito se volvió lento, sus ojitos ya no brillaban como antes. La tristeza envolvió la cabaña como una niebla silenciosa. Sin embargo, aún quedaba esperanza: se decía que los gnomos, guardianes de la magia antigua, poseían el poder de curarlo.
Encontrarlos, sin embargo, no sería fácil. Los gnomos no se dejan ver por cualquiera. Se ocultan entre raíces, bajo piedras cubiertas de musgo, en rincones del bosque donde solo llegan los valientes o los puros de corazón. Y así, con la determinación temblorosa de quien ama de verdad, Arlo e Isaura se adentraron en lo desconocido, decididos a encontrar lo imposible.